Ya es Navidad todos los días (o casi)

La Navidad, décadas atrás, suponía un paréntesis trascendental en la alimentación de los españoles. Hoy ya no es así, o por lo menos no es tan apreciable debido a la democratización del ocio, y, aunque nos cueste creer, por el precio y especial accesibilidad de los alimentos.

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Juan Revenga

Ya es Navidad todos los días - Vivaz Seguros

Las celebraciones, no importa la que sea, siempre han tenido un reflejo destacado en la forma de comer. Ya sea un cumpleaños, una boda, la fiesta de una determinada localidad, un feliz aniversario, etcétera. En todas estas situaciones y en cualquier parte del mundo, durante todas las épocas, las mesas se han vestido siempre con sus mejores galas y, sobre ellas, se han colocado los manjares más exclusivos o, al menos, poco frecuentes en el día a día. Todos entendemos esta forma de actuar porque es una conducta que se replica de igual forma en todas las culturas. Si la ocasión es festiva, no hay mayor fiesta que aquella que se realiza comiendo y bebiendo de una forma especial, distinta.

Toda liturgia gastronómica tiene tanto más valor cuanto más excepcional sea, es decir, cuanto más difícil o costoso sea adquirir los productos y las recetas con las que se lleva a cabo. No obstante, creo que todo el mundo coincidirá en afirmar que, de un tiempo a esta parte, esas dificultades se han suavizado de forma destacada o incluso que han desaparecido, al menos en nuestro entorno. Por eso, sostengo aquello que expreso en el título, que “ya es Navidad todos los días (o casi)”. Veamos.

La cuestión del precio

Hoy es más barato comer que hace cinco décadas. Pero mucho más. Sé que esta afirmación puede resultar chirriante habida cuenta de la galopante inflación que redunda en no importa qué sector, ya sea el de los servicios (energía eléctrica, gas, combustible de automoción...) o de productos y consumibles (tecnología, ropa y, por supuesto, alimentación). Pero en lo que respecta a lo que nos cuestan esos alimentos tenemos un dato elocuente: en la década de los años 50, nuestros antepasados más cercanos (padres y abuelos) invertían cerca del 60% de los ingresos domésticos en la cesta de la compra. Es decir, en aquellos años, los españoles gastaban más de la mitad de los que ganaban en comprar alimentos. Hoy, ese porcentaje, ha caído por debajo del 20% según los datos más recientes (2021) del Instituto Nacional de Estadística.

Este descenso en el gasto destinado a la alimentación no hace sino coincidir con la Ley de Engel que viene a decir que, a medida que aumenta la renta de un país, el porcentaje del gasto destinado a productos alimenticios decrece de forma significativa. Por estos motivos J.M. Mulet, autor de “Comer sin miedo”, comenta que quizá este hecho explique por qué hoy en día no terminemos de apreciar, al menos tal y como se hacía antaño, el hecho de comer a diario ya que, en general, en los países ricos es algo barato.

La cuestión de la accesibilidad

Sin llegar al extremo (pero sin olvidar) que comer a diario es mucho más barato que lo que era en otro tiempo no tan lejano, ese abaratamiento ha facilitado, junto con el tema de la mayor accesibilidad, el poder escoger a lo largo de todo el año, y sin el temor de “hacer un roto” en la economía doméstica, ciertas opciones alimentarias que en otro tiempo eran realmente prohibitivas.

Así y muy en relación con el punto anterior, en las actuales circunstancias tenemos la posibilidad de acceder a no importa qué alimento por muy recóndito que sea su origen. Me explico mejor con un par de ejemplos cotidianos.

Hablar de la mesa en Navidad es hablar de marisco en general, y más en concreto, en muchos hogares, de langostinos. Más allá de percebes, ostras, nécoras y demás... los langostinos son todo un clásico en estas fechas. Y lo han sido de forma tradicional desde hace no pocos años, cuando no se prodigaban mucho por los supermercados. Sin embargo, a día de hoy, esos langostinos los encontramos con facilidad en cualquier súper. Más habitualmente cocidos que crudos, eso es cierto, pero ahí están. En sus respectivas bandejitas termoselladas o al peso. A un precio que, sin ser lo más económico, sí que se pueden encontrar desde los 10 a los 14 €/kg los más módicos.

Otro ejemplo con el que pasa algo parecido es el salmón ahumado. Hace unas pocas décadas era un artículo de auténtico lujo, solo accesible en ciertas tiendas especializadas y delicatessen. Si bien es cierto que al igual que sucede con otros productos, como por ejemplo el jamón curado, en el que hay un amplio espectro de precios y calidades, el salmón ahumado está en todos los supermercados. Incluso en las tiendas de las gasolineras. Coincidiremos en que las mejores calidades, más caras, no suelen prodigarse mucho, pero hoy los consumidores pueden adquirirlo pagando menos de 4€ por 120 gramos. El precio/kilo del salmón ahumado más barato, sigue siendo relativamente alto (unos 32€/kg) pero tengamos en cuenta dos cosas: que se trata de un producto con cero desperdicio (todo lo que se compra se come) y que esta circunstancia (la de su accesibilidad) era impensable años atrás. Considérese, además, que los dos productos citados son bastante perecederos. Y si todos estos productos, antes exclusivos de la Navidad hoy están todo el año en los lineales, es porque se consumen todo el año.

La popularización del ocio

Las cenas de Navidad con amigos, desde las del trabajo a las de la peña quinielista (sí, este es un ejemplo muy vintage), pasando por las de antiguos alumnos, también han sido siempre un clásico... y hasta cierto punto siguen siéndolo. Pero hay una diferencia sustancial en el contexto. Años atrás se daba una especial concentración de este tipo reuniones en Navidad, cuando a lo largo del año, por el contrario, no se salía “a tomar algo” o, al menos no se hacía con la facilidad que hoy sí lo hacemos. Tenemos más cultura de bares y restaurantes que hace años. El concepto de “turismo gastronómico”, por ejemplo, es algo bastante reciente. Además, casi todas las ciudades, más allá de las más importantes, podemos disfrutar y probar restaurantes y bares de las más variadas especialidades: japonés, mejicano, rumano, peruano, hawaiano, etcétera. Una lista que probablemente no tenga fin, pero de la que sí quizá podamos coincidir en un origen, el restaurante chino. A todo ello, por si fuera poco, hay que sumarle las innumerables franquicias, que ya no son solo de hamburguesas, pizzas o pollo, aunque también. Además, las tenemos de empanadas argentinas, pokebowls, montaditos, paellas, etcétera.

A modo de conclusión

En otras épocas, en los años en los que vivíamos en la “aldea”, no en la actual, la de la “aldea global”, las cosas eran diferentes. La carestía era moneda de cambio, faltaban alimentos (incluidos los más básicos) y el precio para una docena de huevos era desorbitado (recuérdese que las cartillas de racionamiento desaparecieron en España en 1952). Entonces era normal que la Navidad supusiera un paréntesis (ni tan siquiera “un antes y un después”). Pero hoy ya no hay razones para subrayar ese paréntesis. Vivimos, en general y en este entorno, en un exceso alimentario constante.

¡Ojo, no se me malinterprete! Un acceso más económico y más variado a los distintos alimentos no es algo perjudicial per se... pero si tenemos en cuenta las grandes cifras (poblacionales), sí que encontramos consecuencias negativas: ese mayor acceso ha abierto la puerta al exceso.

Por eso, estas Navidades, y las próximas, y las siguientes, tratemos de poner un poco de cordura en nuestra alimentación. La misma cordura que hay que poner todo el año.

Yo apostaría por recetas tradicionales y que, precisamente por haberlas abandonado en cierto sentido, si las retomamos, las podremos considerar excepcionales. A mí, desde luego, nadie me va a quitar cenar el día 24 de diciembre, o de comer el 25, recetas como las de cardo con almendras, consomé casero, tronco de merluza con mayonesa, pintada asada con ciruelas y, por supuesto, langostinos. ¡Ah! y de postre, además de los consabidos turrones, habrá compota, de la de verdad, de la que hacemos en casa.

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